2016-08-20

CINE

Sobre ostras y caracoles

Bryan Cranston le debe mucho a Walter White. El profesor de química devenido cocinero de metaanfetamina impulsó la carrera del actor, le dio la notoriedad necesaria para que su rostro sea reconocible por el espectador medio y facilitó su oportunidad de interpretar personajes que gozaron de cierta relevancia en algún momento del siglo pasado.
 
Este año, en una película para televisión, fue Lyndon B. Johnson, el segundo de JFK que asumió la presidencia de Estados Unidos después de Dallas. Antes, le había tocado ser Dalton Trumbo, guionista que pasó un año preso por estar afiliado al Partido Comunista.
 
                    
 
Trumbo dejó su firma en los guiones de películas como Johnny tomó su fusil (1971), Papillon (1973) y, antes, Espartaco (1960), el esclavo que lideró la revuelta más importante que enfrentó el Imperio Romano. Eran tiempos de gloria para el péplum -término que refiere a producciones ambientadas en la antigüedad con romanos o griegos como protagonistas- y Kirk Douglas (el papá de Michael) quiso tener el suyo propio, ofendido porque William Wyler había elegido -un año antes- a Charlton Heston, y no a él, para ser Judah Ben Hur.
 
Douglas la produjo y protagonizó; convocó a Trumbo y, para dirigirla, al muy joven Stanley Kubrick, con quien había filmado Senderos de gloria (1957).
 
                    
 
Douglas y Kubrick se llevaban bien. Hasta Espartaco. Al director no le gustaba el guión y escribió uno propio. El propio Charles Laughton -una de las estrellas de la producción junto con Laurence Olivier- paraba a cada rato la grabación para quejarse de las líneas que debía pronunciar.
 
De todas maneras, Douglas se inclinó por Trumbo y a Kubrick no le quedó más que resignarse. El guionista ya era una celebridad, y estaba de vuelta. Había pasado por la cárcel y el exilio, determinado a no pronunciar palabra ante el Senado durante la caza de brujas, y había ganado dos Óscars con guiones que hacía firmar por otras personas. Era la única forma que tenía de trabajar, y fue su mejor etapa.
 
La calidad de Trumbo es la base sobre la que Kubrick filma una gran película, con momentos de genialidad, como la escena de las ostras y los caracoles. Marco Licinio Craso (Olivier), el patricio que han puesto al frente del ejército para enfrentar a Espartaco, se baña y le revela a su esclavo Antonino (Tony Curtis) algunas de sus preferencias gastronómicas.
 
Las claras connotaciones sexuales no superaron la vara moral de los censores y la escena no pudo verse hasta 1991, cuando la películas se restauró (en ese momento descubrieron que el audio se había borrado; Tony Curtis volvió a grabar las líneas de Antonino como en el original, pero Olivier había muerto dos años antes y tuvieron que llamar a Anthony Hopkins para que lo imitase).
 
 
Trumbo no recibió ninguna nominación al Óscar por su reivindicación de la lucha contra el poder totalitario. Espartaco narra la historia de un grupo de gladiadores que se rebelan por la libertad y que van sumando esclavos mientras avanzan en su huida de Italia. Cuando ya no pueden huir, enfrentan al poderoso ejército de Roma.
 
 
La rebelión es aplastada sin piedad. Después de la batalla, Craso va en busca del líder, porque, como había dicho, "esta campaña no es para acabar con Espartaco, sino con la leyenda de Espartaco".
 
 
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