2016-08-28

CINE

Algunas sugerencias para viajar en el tiempo

Herbert G. Wells no fue el primero en imaginar los desplazamientos temporales, pero sería poco prudente no comenzar con su novela La máquina del tiempo (1895). Su calidad garantiza aún hoy un buen momento de ocio.

La obra del autor británico es, además, considerada precursora de la ciencia ficción junto con la de Julio Verne. Desde sus primeros años, este género, históricamente marginado por la alta literatura, incluyó como uno de sus argumentos preferidos la posibilidad de dar saltos al pasado o al futuro.

Luego llegó la hora del cine, con guionistas que se encargaron de trasladar a la pantalla esas historias en papel -que en los años 30 ya gozaban de mucha popularidad gracias a los cuentos y relatos cortos de autores norteamericanos- o que crearon un universo propio.

La primera adaptación de La máquina del tiempo la hizo George Pal en 1960, y logró una película mucho más fiel y entretenida que la que filmó en 2002 el bisnieto de Herbert, Simon Wells.

 

 

Wells (el original) tenía una visión pesimista sobre los avances mecanicistas que introdujo la Revolución Industrial, y su viajero a través del tiempo es quien verifica su teoría: la humanidad va hacia un futuro nada deseable. Él también pudo comprobarlo: fue testigo de las dos guerras mundiales y murió un año después de que concluyera la segunda.

Hay otra variable que se repite en este tipo de ficciones: la posibilidad de mejorar el presente haciendo pequeños cambios en el pasado.

Robert Zemeckis, Doc Brown y Marty McFly lo hicieron en clave de comedia en los 80. Pero no fueron los únicos: Cuestión de tiempo (Richard Curtis, 2013) también tiene una propuesta lúdica.

 

Shane Carruth lo hizo en su ópera prima con -digamos- realismo técnico.

 

Y Terry Gilliam mandó a Bruce Willis al pasado para evitar una catástrofe apocalíptica (eso sí, el pobre terminó en un psiquiátrico soportando los soliloquios de Brad Pitt).

 

Stephen King sabe de que se trata eso de ser marginal. A pesar de tener miles seguidores desde hace décadas, la crítica solía mirarlo de reojo por escribir historias de terror. Con el tiempo fue ganando respeto y comenzó a ser considerado un autor serio.
 
En 2011 publicó 11.22.63, adaptada este año como una miniserie de ocho capítulos y que trata sobre otra obsesión, en este caso norteamericana: el asesinato de John Fitzgerald Kennedy. 
 
King plantea, a través de su personaje Al Templeton, que el mundo sería un mejor lugar si nunca hubiesen asesinado a JFK en Dallas el 11 de noviembre de 1963 (de allí el 11.22.63). Templeton descubre fortuitamente un portal a 1960 y convence al profesor de literatura Jake Epping para que viaje, investigue quien estuvo detrás del magnicidio (si fue una conspiración de la CIA y los soviéticos o si fue, simplemente, Oswald) y lo impida. 
 
Hay ciertas reglas, claro. Si sale del túnel, todo se reinicia en el mismo instante del 60 apenas vuelve a entrar. Y, aunque haya estado en el pasado varios años, para quienes se quedaron en el presente sólo fueron 10 minutos (imposible no pensar en la historia de Alberto Laiseca luego llevada al cine Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo).

 

Existe una infinidad de ángulos desde los cuales abordar los viajes en el tiempo. Un español de nombre Nacho Vigalondo, para cerrar con una de las mejores películas sobre este tema, planteó un rulo interminable -o cinta de Moebius- en su debut cinematográfico Cronocrímenes: un hombre ingresa a una máquina del tiempo para escapar de alguien que lo persigue y que resulta ser él mismo en el pasado (¿o era en el futuro?).

 

Neuquén Al Instante

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