2016-10-08
CINE
Los siete magníficos: los primeros vaqueros autorreflexivos
Antes de morir prematuramente en 1980, Steve McQueen llamó por teléfono a Yul Brynner para agradecerle por no haberlo echado de Los siete magníficos. A fines de los 50 el rubio de ojos claros recién arrancaba su carrera y quien fuera el único vaquero de cabeza rapada era una estrella con mucho poder. Brynner estaba involucrado en el proyecto de adaptar Los siete samurais de Kurosawa desde el principio, y había pedido especialmente a McQueen para el papel de Vin. Pero desde que comenzaron a filmar bajo las órdenes de John Sturges no dejaron de disputarse protagonismo.
Era una pelea de divos que le costó más de un dolor de cabeza al director. Sus personajes se conocen pocos minutos después de los créditos iniciales. Son los únicos que se animan a cruzar el pueblo en un carruaje fúnebre cargado con el cuerpo de un indio. Deben enfrentar a quienes se oponen con fiereza a que blancos y originarios descansen en la misma tierra. La cámara se encendía y McQueen no paraba de sacarse el sombrero para llamar la atención, hasta que Brynner paró la filmación y le dijo: "Steve, sólo recuerda que yo soy la estrella, así que dejá de sobreactuar y robar escenas". Como respuesta oyó: “Fuck you”.
Se pelearon por tener el caballo más grande y por quien parecía más alto en cámara. Brynner armaba un montículo de tierra sobre el que se paraba durante las escenas que compartían y, cuando se distraía, McQueen se lo pateaba.
Después de Los siete magníficos la fama del primero se fue apagando y hoy casi nadie sabe quién fue; el otro se convirtió en una mega estrella de Hollywood. Sturges fue, en buena parte, responsable: después de trabajar juntos lo volvió a llamar para El gran escape, que fue su consagración.
Sturges también tuvo su disputa durante la producción de LSM. En esa época no había nadie capaz de crear sonidos para el western como Dimitri Tiomkin. Ya habían trabajado juntos, pero se pelearon a muerte y el realizador llamó a Elmer Bernstein, responsable de acordes inolvidables que algunos años después Marlboro inmortalizaría en una campaña publicitaria. Bernstein fue nominado al Óscar y perdió, y encontró consuelo en los millones que ganó gracias a la tabacalera.
Cuentan que a Kurosawa le encantó como habían trasladado su historia al lejano oeste. Es que la película de Sturges fue innovadora y funciona como bisagra en la historia del western. El far west norteamericano era tierra de valientes que se animaban a la expansión hacia el Pacífico enfrentando lo desconocido y lo salvaje, y eso fue plasmado en infinidad de películas hasta los 60.
Había en ellas una distinción nítida entre el bien y el mal, entre héroes y villanos que impedían la llegada de la civilización a esas tierras áridas.
Los siete magníficos empieza a mostrar vaqueros autorreflexivos que cuestionan su existencia. Que si bien se dedican a matar, sienten nostalgia por una familia y una paz que nunca gozaron. Las últimas líneas de la película son elocuentes. Chris y Vin se van del pueblo que acaban de salvar de un grupo de bandidos comandados por el genial Eli Walach, cuando el primero mira atrás y le dice a su amigo en un tono cargado de melancolía: "Sólo los campesinos ganaron, nosotros perdimos. Siempre perdemos".
Es el comienzo del western crepuscular, el del cowboy triste, que mata porque no le queda otra, porque, a pesar de que no lo disfruta, es lo único que sabe hacer. El exponente contemporáneo es Los imperdonables, de Clint Eastwood, deudora de la de Sturges sobre todo en esos primeros minutos que muestran a un líder reclutando equipo para una misión.
Los siete magníficos tuvo tres secuelas -una peor que la otra- y esta semana se estrenó una remake que amaga con ser otra excusa para facturar, aunque nadie lo confesará. Quedan pocos McQueen, capaces de una honestidad brutal, como cuando le preguntaron sobre la relación con sus colegas: "Me llaman cerdo chauvinista, y lo soy. Y me importa un carajo".
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