jueves 25 de abril de 2024

CINE

Una mujer asalariada como heroína espacial

“En el espacio nadie puede oir tus gritos”. Con esa frase quedaba inaugurada hace 38 años una de las sagas marcadas a fuego en el imaginario popular.

Una mujer asalariada como heroína espacial
lunes 19 de junio de 2017

 Los casi 2,20 metros del joven nigeriano Bolaji Badejo lo convertían en un hombre que solía llamar la atención. Hijo de padres de vida itinerante, a fines de los 70, mientras tomaba algo en un bar londinense, alguien se acercó y le ofreció probar suerte en un casting. La Fox estaba filmando una película que se desarrollaba en el espacio y había optado, con la vieja cantinela de abaratar costos, por hacerlo en tierras británicas. La historia incluía un monstruo, pero no conseguían a nadie que entrara en el alambicado disfraz. Ya se lo había probado sin suerte una familia de contorsionistas y también Peter Mayhew (el hombre dentro de Chewbacca). Hasta que apareció Bolaji y se convirtió en Alien.

Desentrañar el origen de una idea supone una dificultad que no debería impedir la intentona. La carrera espacial en la que estaban inmersos Estados Unidos y la Unión Soviética desde los 50s, funcionando como una de las expresiones que aplacaba la posibilidad de las armas, generó un tema de interés que los estudios de cine vieron como una garantía de éxito en la taquilla. El público quería historias que transcurrieran en el espacio, y George Lucas lo confirmó con Star Wars en el 77.

Tres años antes, el estudiante de cine Dan O`Bannon escribió un guión sobre una pelota alienígena que atacaba a los tripulantes de una nave espacial. O`Bannon transmutó esa comedia -que filmó John Carpenter y se llamó Dark Star- en una historia de terror, y empezó a ofrecerla a quien quisiera filmarla. Fox estaba ávida de un guión que aprovechara la estela de billetes que iba dejando La Guerra de las Galaxias. Sus caminos se cruzaron, y ese encuentro gestó Alien.

                                      

Ridley Scott, que sólo había filmado la correcta Los duelistas, y menos de un lustro después estrenaría Blade Runner, fue el elegido para dirigirla, y tomó una serie de decisiones cruciales. Primero, convocó al artista gráfico y escultor suizo Hans Ruedi Giger, un surrealista que adaptó su obra ilustrada Necronomicon V para la pantalla grande. Los huevos, el abrazacaras, el rompepecho y la criatura en estado maduro surgieron de su imaginación y le dieron a Alien una mitología que respetarían todos los directores de las secuelas.

Puede parecer un detalle menor, sin embargo, es fundamental no ver la saga como un todo, sino como cuatro tramas independientes en las que cada uno de los realizadores que tuvo una a cargo (James Cameron, David Fincher y Jean Pierre Jeunet) respetó ese universo planteado en el original y, en lugar de modificarlo, lo enriqueció -con las excepciones que necesita toda regla-. Cameron, por ejemplo, consciente de la imposibilidad de superar el original, dio un claro giro hacia la espectacularidad y el entretenimiento, sumando elementos claves como la reina ovípara, y le salió perfecto. 

Scott, en cambio, hizo hincapié en darle a su obra dos atmósferas bien diferenciadas. Primero, una repleta de luminosidad, durante el regreso de la nave comercial Nostromo a la Tierra. Es el momento en el que introduce a los personajes y avisa que no se trata de los tradicionales superhéores de ciencia ficción, sino que son laburantes inmersos en un trabajo rutinario. Luego de la supuesta transmisión de auxilio y de la llegada del xenomorfo (así llaman al bicho) a la nave comienza a reinar la oscuridad y la rutina termina abruptamente ante una amenaza cuya forma desconocen los personajes y el espectador. Nunca hasta la escena final se la ve de cuerpo entero, sólo su cráneo y los corvejones sebosos. Muchas escenas fueron borradas de la edición final porque se notaba demasiado que era una persona disfrazada y les quitaba credibilidad y tensión.

 

                                     

Si resulta imposible hablar de Alien y no mencionar a Giger, qué decir de Ripley, la heroína inesperada que abrió a las mujeres la puerta detrás de la cual estaban los protagónicos de Hollywood. Sigourney Weaver conoció el estrellato por la interpretacion de la teniente, aunque aceptó el papel de mala gana y, con los años, con el temor de que su carrera se viera fusionada al personaje -o sea, que nadie la llamara para ningún trabajo porque el público vería siempre a Ripley-, pidió para la tercera parte -ya como productora- que el personaje muriese. Lo logró, pero pocos años después volvió para una cuarta.

Hay quienes señalan una analogía entre los binomios Weaver-Fox y Ripley-Weyland Yutani. Ambas compañías -y aquí va otra perogrullada- buscan el rédito económico. Su pulsión es la codicia. Fox suma secuelas sin importar la calidad artística, y Weyland sacrifica empleados con el afán de conseguir un arma biológica. En tanto, Sigourney Weaver, quien intentaba dejar su personaje en el pasado, seguía aceptando las ofertas del estudio para interpretarlo.

                                        

Quien rompe el molde es Ripley. Su relación con Wayland-Yutani cambia para siempre cuando promedia la primer película. Ella es una empleada dispuesta a respetar la reglas que le imponen sus jefes, es una mujer asalariada que no plantea reivindicaciones como los mecánicos de la nave, sino que sigue el protocolo impuesto, tanto  que impide el ingreso a la nave de su capitán y el primer compañero atacado por la criatura, como lo estipula el reglamento.

Todo cambia cuando descubre que el viaje es una puesta en escena de la firma para hacerse con la especie alienígena; que ellos, empleados, son desechables para sus patrones, recién entonces se rebela y se convierte en heroína, una nueva conciencia se apodera de ella y la lleva a luchar contra el alien y contra la compañía, denunciando obcecadamene su ambición desmedida. Si “En el espacio no se oirán tus gritos” es el tagline de la cinta del 79, “El hombre es el lobo del hombre” debería ser el de la saga. Es la idea que fluye en cada una de las películas. El monstruo no es el malo de la historia, asesina porque está en su naturaleza y porque probablemente sublime de esa forma sus bajas pasiones, la maldad la encarna Weyland, y Ripley lo resume en una frase al comparar humanos y xenomorfos: “No se que especie es peor, pero al menos ellos no se matan por dinero”.

Neuquén Al Instante

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