viernes 29 de marzo de 2024

CINE

El vaquero al que mató su imperio

John Wayne fue el paradigma del cowboy frente a cámara y un reaccionara detrás de ellas. Defendió el american way of life de una supuesta invasión roja y murió de un cáncer provocado por la radiación a la que se expuso durante la filmación de The conqueror.

El vaquero al que mató su imperio
lunes 14 de noviembre de 2016

Westworld es una película de 1973 acerca de un parque de diversiones que recrea el lejano oeste y que es habitado por cowboys que son, en realidad, robots. Una combinación de ciencia ficción y western parida por la pluma de Michael Crichton -también la dirigió- que este año fue adaptada como serie de televisión por HBO con la ambición de reeditar el fanatismo logrado por Juego de Tronos.

El avance de la tecnología desde la década del 70 provocó que la acción, determinada por la interacción entre huéspedes y anfitriones, ya no transcurra en un parque de diversiones sino en un mundo virtual al cual se accede de una forma que, luego de seis capítulos, aún no está del todo clara.

Los anfitriones son creaciones de laboratorio a imagen y semejanza de los humanos y, por dentro, una combinación de carne y software preparada para satisfacer los deseos de los huéspedes, ricos dispuestos a pagar millones por el derecho a ingresar en un mundo en el cual no está penado  satisfacer sus bajos instintos. Cual juego de rol, en Westworld quienes tienen plata pueden jugar a ser sheriffs o bandidos; pueden convertirse en caza recompensas o violadores o lo que les plazca.

Los anfitriones están programados para vivir en un rulo temporal y soportar sin recuerdos las vejaciones a las que son sometidos por los huéspedes. En la película los problemas comienzan por el mal funcionamiento de uno de los robots, en la serie todo parece indicar que el origen será la conciencia que éstos van adquiriendo.

En la versión 2016 el responsable de este mundo virtual es interpretado por Anthony Hopkins. En clara analogía con el personaje de ficción más famoso de la historia de la humanidad, puede entrar y salir de ese mundo a su antojo y disponer de sus invenciones. Pocas horas después del primer capítulo, Hopkins inauguró su cuenta personal de Twitter. Su primer twitt fue: “Ya que manejo un mundo virtual voy a ver si puedo manejar otro”. 

                                                   

Uno de los personajes más misteriosos de la serie es El hombre de negro. No está claro cuál es su objetivo, sólo que busca el mapa de un laberinto y que para hacerlo es capaz de matar a quien se le cruce. Se trata de un huésped, y ningún anfitrión puede matarlo (esa es una de las reglas básicas de esta realidad paralela), ventaja que le da un halo de impunidad similar al de John Wayne en cualquiera de sus películas.

El lejano oeste para The Duke fue lo que Westworld es para los huéspedes. Lo recorren con la arrogancia que da la certeza de saberse inmortal, como si fueran los únicos conscientes de que se mueven en un escenario, que nada es verídico. Saben que detrás de esa puesta en escena tan convincente hay un guión, y ese es su hándicap. Wayne sabe que no va a morir porque él es la estrella.

El paradigma del cowboy también se manejó así fuera de cámara. El público amó sus personajes y él devolvió ese amor convirtiéndose en una amalgama de ellos. En Triste, solitario y final, cuando el detective Philipe Marlowe que Osvaldo Soriano toma prestado de Raymond Chandler visita a Wayne en su mansión, el dueño de casa junto a un guardaespaldas lo muelen a golpes y

—¡Corten! —gritó alguien. Las poderosas luces se apagaron y varios hombres corrieron hacia el detective que sangraba en el piso. Tenía las ropas destrozadas.

—Fue una gran toma —dijo satisfecho el director, que sostenía un enorme cigarro en la boca y vestía camisa a cuadros negros y rojos—. Un gran realismo, señor Wayne. Tal vez podamos utilizar la escena en algún filme.

                                              

Fue un anticomunista radical se puso al frente de la caza de brujas. Amaba a su país y estaba convencido de que era el mejor lugar del mundo para vivir. Creía ciegamente en el sueño americano.

Volviendo a Soriano, cuando Oliver Hardy (el gordo de El gordo y el flaco) visita a El Duque y desahuciado le pide trabajo, la secretaria le dice que se siente a esperarlo.

El gordo no se ha movido del sillón y continúa mirando discretamente a su alrededor, hasta descubrir un par de pistolas que se cruzan formando una equis sobre la pared, justo frente a él. A la derecha, una bandera norteamericana cuelga inmaculada, como si alguien se tomara el trabajo de lavarla de vez en cuando, de cuidar sus pliegues imperfectos.

Es muy probable que Wayne apoyara a su gobierno y creyera que tenía el derecho de intervenir en los problemas internos de cualquier país del mundo para mantener las cosas en orden -su concepto de orden. Estados Unidos sostuvo el status quo a través de su poderío militar y armamentístico y se convirtió en huésped ya no de mundos virtuales, sino muy reales, en los cuales también hubo anfitriones que sufrieron múltiples vejaciones. Lo hizo porque tenía, por ejemplo, la bomba atómica. Y porque demostró que estaba dispuesto a utilizarla.

Después del 6 de agosto del 45, luego de Hiroshima y Nagasaki, los militares yanquis siguieron haciendo pruebas nucleares para perfeccionar su arma. Lo hicieron en el desierto de Nevada y al aire libre al menos hasta el 1962 (después de esa fecha las probaban bajo tierra). Por esa época, en el 56, al magnate Howard Hughes le llevan el guión de una biografía Genghis Kahn que se convertiría en uno de los fiascos más importantes de la historia del cine: The conqueror

 

                                                            

Poseía todos los elementos para convertirse en la película épica por la cual Hughes quería ser recordado. Lo llaman a Marlon Brando para que se ponga en la piel del guerrero mongol, pero rechaza la oferta. Y en una de las decisiones de casting más bizarras que se recuerden, se lo ofrecen a Wayne, que acepta encantado.

A pesar de la intención de Hughes, en plena Guerra Fría fue imposible filmar en las locaciones originales. Entonces se van a Utah, y se instalan a un par de cientos de kilómetros de donde se realizaban las pruebas nucleares. Todos sabían sobre la radiación -de noche veían como la tierra brillaba con una leve tonalidad roja- pero nadie suponía entonces que podría ser nociva para la salud.

De 200 personas que participaron de la filmación, 91 murieron de algún tipo de cáncer, la mitad antes de 1980. Entre ellos el compositor Victor Young, el director Dick Powell, el actor Pedro Armendáriz (se suicida al enterarse que padecía un cáncer de riñón terminal), la actriz Susan Hayward y, el 11 de junio de 1979, John Wayne. Vivió defendiendo las ideas del imperio y murió también a causa de ellas.

Neuquén Al Instante

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